A orillas del río Carrión, junto al Camino de Santiago, se alza el monasterio de San Zoilo, un lugar cargado de historia que, desde sus orígenes, ha sido un significativo centro religioso y político. Su importancia quedó reconocida en 2002, cuando fue declarado Bien de Interés Cultural.
El monasterio debe su nombre a San Zoilo, un cristiano cordobés que, junto a otros mártires, perdió la vida en el año 304 durante la persecución de Diocleciano, el último gran emperador romano que intentó erradicar el cristianismo. En el siglo XI, el conde Gómez Díaz trasladó sus reliquias hasta el monasterio de San Juan Bautista. Con la llegada de los restos del mártir, cambió su advocación a San Zoilo.
Los orígenes del monasterio se remontan, al menos, al año 948, pero su destino cambió en 1076 cuando fue donado a la influyente Orden de Cluny. Bajo su tutela, San Zoilo creció en prestigio y se convirtió en un escenario clave de la historia de Castilla.
Aquí se celebraron concilios, es decir, reuniones eclesiásticas donde se tomaban decisiones sobre la Iglesia; también se reunieron las Cortes, asambleas en las que los reyes debatían con los nobles, las ciudades y el clero. San Zoilo fue además testigo de bodas reales y aún es panteón de los poderosos condes de Carrión. No es de extrañar que fuera un lugar célebre entre los peregrinos, no solo por su importancia religiosa, sino también porque aquí se permitía el consumo de pan y vino sin restricciones, como parte de su hospitalidad.
En el siglo XVI, San Zoilo se desvinculó de Cluny y pasó a formar parte de la poderosa congregación benedictina de San Benito el Real de Valladolid. Este cambio marcó el inicio de una nueva etapa de esplendor, reflejada en la construcción de una de sus grandes joyas arquitectónicas: el claustro.
Construido en el siglo XVI, este claustro renacentista es una obra maestra. Consta de dos plantas y reemplazó al anterior claustro románico. Lo más llamativo son sus 230 medallones, donde están tallados retratos de personajes históricos y religiosos, y sus impresionantes bóvedas de crucería, es decir, techos con un entramado de nervios de piedra que se cruzan elegantemente.
La iglesia que hoy vemos es del siglo XVII, aunque sus cimientos son mucho más antiguos, pues se levantó sobre la estructura de la iglesia románica original. Es un templo de una sola nave, con un gran crucero y un cimborrio, una cúpula que se eleva sobre el centro del edificio. Su techo está cubierto por bóvedas de cañón, un tipo de cubierta semicircular característica del arte románico. Dentro, se conservan los sepulcros de los condes de Carrión y dos valiosas telas islámicas del siglo XI, conocidas como el «Manto del Conde y de la Condesa». Estas piezas son especialmente raras porque han llegado hasta nuestros días completas, con sus orillos originales, los bordes del tejido que demuestran que no han sido recortadas.