La iglesia de Santa María de la Asunción comenzó a construirse en el siglo XVI sobre los restos de un antiguo templo románico. Sin embargo, su edificación fue un proceso largo, que se extendió durante casi dos siglos. No fue hasta 1770 cuando se completaron sus bóvedas, cerrando definitivamente la estructura del templo.
A pesar de los cambios y ampliaciones, aún quedan vestigios de su pasado románico, como algunos restos visibles en la base de la torre. Pero sin duda, el testimonio más valioso de esta época es su pila bautismal del siglo XIII. Tallada con esmero, está decorada con círculos, rosetas, flores de lis y arcos entrelazados, elementos característicos del arte medieval.
Siguiendo la tradición constructiva, la iglesia comenzó a levantarse desde el altar. Por eso, su parte más antigua es el ábside o capilla mayor, que muestra un estilo gótico con algunos detalles renacentistas.
El templo se organiza en tres naves y cuenta con un coro, una sacristía y un baptisterio, la pequeña capilla donde se administra el bautismo. Pero si hay una obra que destaca en su interior, esa es el retablo mayor. Fue realizado en 1548 por tres destacados escultores: Pedro de Flandes, Mateo Lancrín y Juan de Cambray, que formaban parte de un grupo escultores flamencos y borgoñones que instalaron sus talleres en la ciudad de Palencia en la primera mitad del siglo XVI.
El retablo se estructura en varios niveles. En la predela o parte baja, encontramos dos relieves de gran calidad: la Piedad y la Adoración de los Reyes Magos. En el segundo cuerpo se representan escenas como la boda de la Virgen y el nacimiento de Cristo, acompañadas de figuras de santos. En el tercer nivel, destacan el nacimiento de la Virgen y la Adoración de los pastores, junto a representaciones de San Gregorio, la Asunción y San Jerónimo. Finalmente, en el ático, la parte superior del retablo, se encuentra el relieve de la Coronación de la Virgen, cerrando el conjunto con una imagen de gran simbolismo.
Como curiosidad, en la iglesia también se conserva un Cristo procedente de la desaparecida iglesia de San Miguel. La tradición cuenta que, cuando la imagen era sacada en procesión, al pasar por el lugar donde se encontraba su antiguo templo, la talla se volvía más pesada, como si quisiera quedarse en su hogar.