En la parte más elevada de Frómista, donde hace siglos se alzó una fortaleza, se encuentra la imponente iglesia de Santa María del Castillo. Este templo, construido en el siglo XVI, es una joya del gótico tardío, un estilo que, aunque convivió con el auge del Renacimiento, mantuvo su amor por las formas puramente medievales.
La construcción comenzó en 1530, y sabemos que el maestro cantero Juan de Arce trabajó en ella entre 1547 y 1549, años en los que probablemente se concluyó la mayor parte del edificio.
Uno de sus elementos más llamativos es su portada renacentista, elegante y proporcionada. Sin embargo, la torre que se alza a los pies del templo es mucho más moderna: fue construida en 1705 y cuenta con su propia portada, esta vez de un sobrio estilo clasicista.
Porque si el exterior puede parecer austero, el interior es una auténtica sorpresa. Santa María se estructura en tres naves, todas cubiertas por espectaculares bóvedas de crucería estrellada, una muestra del refinamiento técnico y decorativo del gótico.
En su día, la iglesia albergó un retablo mayor extraordinario, compuesto por veintinueve tablas hispanoflamencas de altísima calidad. Estas pinturas, obra de maestros como Salomón de Frómista, el Maestro de Los Balbases y el Maestro Antón, representaban escenas del Nuevo Testamento: la Última Cena, la Oración en el Huerto, la Crucifixión… Sin embargo, la historia de este retablo está marcada por un suceso lamentable.
En la noche del 10 al 11 de noviembre de 1980, doce de estas magníficas tablas fueron robadas. Todo apunta a que el responsable fue el célebre ladrón internacional de obras de arte Éric el Belga. Afortunadamente, la mayoría fueron recuperadas, algunas en Bruselas. Hoy se pueden admirar en el museo de la iglesia de San Pedro, donde han encontrado un nuevo hogar.
Actualmente, Santa María del Castillo ya no tiene culto, pero su historia sigue viva gracias a «Vestigia, Leyenda del Camino», un montaje multimedia que sumerge a los visitantes en las historias y leyendas de Frómista y el Camino de Santiago. Un viaje sensorial que, entre luces, sonidos y proyecciones, hace que el pasado cobre vida dentro de sus muros.