El puente de Fitero, en Itero de la Vega, es mucho más que una obra de ingeniería medieval: es un umbral en el Camino de Santiago, una puerta de piedra que ha visto cruzar a miles de peregrinos a lo largo de los siglos. Construido por orden del rey Alfonso VI de León a finales del siglo XI, este puente majestuoso, con sus once arcos de medio punto y sus 150 metros de longitud, se alzó como una solución indispensable para salvar las aguas del río Pisuerga. Y aún hoy sigue cumpliendo su propósito, manteniéndose firme como testigo del incesante fluir del Camino.
A pesar de las restauraciones sufridas, especialmente en el siglo XVIII, el puente ha conservado su esencia original, reflejando la solidez y la elegancia de la arquitectura medieval. Su importancia no es solo práctica, sino también simbólica: al cruzarlo, los peregrinos dejan atrás la provincia de Burgos y se adentran en Palencia, siguiendo la senda histórica hacia Santiago de Compostela. Antaño, este río marcaba también la entrada al antiguo condado de Monzón y separaba administrativamente la burgalesa Itero del Castillo de la palentina Itero de la Vega.
Más allá de su valor histórico y arquitectónico, el puente de Fitero es un lugar de pausa y contemplación. Son muchos los peregrinos que se detienen aquí, cautivados por la serenidad del entorno, el rumor del agua y la sensación de estar pisando las mismas piedras que tantos otros caminaron antes que ellos. En este punto, el Camino no es solo una ruta física, sino también un viaje interior.